Hay una crisis más profunda y grave que la económica y es la social. El país en su conjunto entró en un plano preocupante de violencia, inseguridad y en un enorme deterioro en lo que debería ser una convivencia en paz.
La armonía comunitaria está alterada, quebrada. Las escuelas, cajas de resonancia de lo que pasa en los hogares y en la “calle” reflejan ese clima; también el tránsito vehicular, con conductores cada vez más enervados, sintetizan ese malhumor colectivo.
Hay otro dato de la realidad que muestra ese plano decadente y es la destrucción de bienes de uso común como baños públicos, micros de los servicios urbanos e interurbano; plazas o cajeros automáticos.
Como prueba de la afirmación anterior, estas fotografías que ilustran la nota retratan el estado en que están los asientos de una de las unidades 0 kilómetro de la empresa Panaholma que une San Luis con Villa Mercedes y Merlo.
“A los pocos días de poner en circulación estos coches nuevos, la gente empezó a rayar las butacas, romperlas, pegarles chicles y a ensuciarlas”, le dijo a Punto Aparte uno de los choferes de esa firma quien también señaló que hasta “a veces rompen la cuerina o tela con elementos punzantes con el solo fin de hacer daño”.
Evidentemente quienes atacan estos bienes públicos no sólo destruyen lo material sino también atentan contra las personas que tienen derecho a usar esos servicios en buenas condiciones.
El drama social tiene su raíz en que una mayoría preocupante de individuos no tiene empatía con el otro, no le interesa su semejante. Cuando se piensa en “el otro” no se rompe un baño público, ensucia un colectivo o cruza un semáforo en rojo. PA