Esa formación montañosa guarda tantos secretos como lugares bellos. Fue el refugio elegido por los aborígenes que le dieron su nombre y que huían del malón Ranquel. Escapaban bien alto, donde el bravo de las llanuras no sabía cómo llegar. A sus pies se rinde el gran Valle del Conlara. Hoy es el atractivo turístico por excelencia de San Luis. Allí se practican deportes y actividades como senderismo o trekking. Hay expertos conocedores, como Jorge Rosales, de la sierra que guían a quienes se atreven a desafiar las escarpadas crestas de ese mágico lugar
“… a mi frente se divisa inmensa mole azulada, es el imponente Comechingones…”. Sin querer, de manera casi inconsciente repito algunas estrofas sueltas de la cueca cuyana “Caminito del Norte” cada vez que viajo hacia esa sierra maravillosa y a mí misma me digo: qué visionario el querido Chocho Arancibia Laborde. Y qué justo fue con ese confín puntano con su poesía.
A ese rincón he ido siempre de paseo y por cuestiones laborales. Y lo he visto, si se quiere, desde abajo, de frente; pero nunca me había atrevido a subirlo o introducirme en él.
Hace algunas horas y en el marco de una actividad que realizo con la misma pasión que el periodismo, el trekking, pensé que sería una buena opción para mi entrenamiento. Googlee esa zona en busca de guías y encontré la persona indicada: Jorge Rosales y su esposa, Nancy.
Obvio no fui en busca de noticias, pero sin querer la encontré, al menos para mí fue una novedad, todo un descubrimiento.
Jorge es descendiente directo de aborígenes Comechingones y conoce y ama esa sierra tanto como a su esposa.
Él nos guió junto a un grupo de escaladores. Ascendimos en la zona de Los Molles, exactamente desde el camping El Talar.
Eran las 8:15 del viernes 25 de marzo, Viernes Santo, y Jorge, como buen cacique empezó a reclutarnos y darnos las primeras directivas para una trepada de más de cinco horas y un tiempo parecido de descenso.
La sierra estaba escondida detrás de espesas nubes. En el aire se respiraba sólo aroma a hierbas y se oían cantos de reyes del bosque y zorzales.
A 30 minutos de las 9:00 empezamos el recorrido mágico para conocer los Siete Saltos y una decena de sorpresas que nos esperaban.
Conocer los Comechingones por dentro no sólo me permitió descubrir su belleza natural con su vegetación y fauna, sino que allí están las huellas del paso aborigen. Muy en la altura, muy alto, descubrimos cavernas y morteros usados para moler cereales.
Los Comechingones conocen la montaña como nadie. Vivían en las alturas, eran nobles trabajadores, un indio bueno, que además convivía con animales majestuosos como son los cóndores.
Todavía están los testimonios de ellos estampados en la piedra. Hay hasta lugares donde aparentemente cultivaban sus verduras. Y un descendiente orgulloso, Jorge Rosales, que pide a gritos que su pedazo de tierra sea considerada una maravilla en el mundo.
Condiciones no faltan para tamaño reconocimiento.
Aunque de verdad, ese título “honorífico” no es necesario, nos basta saber que desde lejos el “… azulado” que vio Arancibia era la tonalidad que forman los matorrales de Barba del Diablo, los tabaquillos y las zarzamoras, también los molles, la peperina, el poleo y la paja.
Subir el Comechingones no es una aventura que requiera gran entrenamiento, pero sí mucha sensibilidad, porque encuentras la belleza de la que habla Arancibia en su cueca.
Yamila Fernández