Cuando presentimos una injusticia o estamos seguros de su existencia, nuestra primera reacción es buscar culpable o culpables. Sentimos la inevitable necesidad de levantar nuestro dedo índice y señalar a un responsable o responsables.
Es un desahogo, un alivio, un acto de justicia encontrar a quién castigar por acciones u omisiones que causan daños a las personas en su integridad o bienes.
Este mediodía un jubilado, cuya identidad aún no fue informada de manera oficial, murió en las puertas del Banco Supervielle de calle Junín de la ciudad de San Luis. Se supone que llegó hasta allí acompañado de una mujer.
La imagen del hombre angustia en lo más profundo del alma. Lo más probable es que haya sido llevado hasta allí con su último suspiro.
El hecho, con toda claridad, lo presentimos como una injusticia y se activa en nuestro interior esa necesidad de encontrar uno o varios culpables. Así surgieron en las últimas horas dedos índices que señalaron a la mujer o personas que llevaron al abuelo en esas condiciones al banco; al sistema previsional argentino por los métodos que usa para pagar los beneficios; al resto de las personas que estaban allí en la fila y al Banco Supervielle.
Si leemos de corrido, menos a quienes estaban allí porque en realidad nada podían hacer ante tremenda situación, al resto de la lista bien les cabe ser señalados como responsables de esta muerte.
Los “deditos acusadores” están bien direccionados, aunque no todos los señalados tienen el mismo grado de culpa.
Para encontrar respuestas, primero hay que hacer preguntas. ¿Quién o quiénes llevaron al abuelo al banco y por qué? ¿Eran parientes, apoderados o aprovechados?; ¿El sistema previsional argentino tiene alguna manera de hacerles llegar sus beneficios jubilatorios a personas con cuadros cómo estos?; ¿Anses tiene un monitoreo eficiente de cómo paga? Y un último interrogante: El Banco Supervielle está en condiciones de continuar pagando o de seguir operando como agente financiero de los jubilados y la Provincia?
Sobre este último aspecto hay que detenerse unos párrafos. El Banco Supervielle, hay que decirlo con todas las letras, es la peor entidad financiera en materia de servicios que está radicada en San Luis.
Respecto a jubilados, cuya prestación es contratada por el gobierno nacional, en cada periodo de pago de jubilaciones o pensiones, las quejas se acrecientan por el trato inhumano que dispensan a las personas de la tercera edad.
Las abuelas y abuelos con temperaturas bajo cero, lluvias o calores aplastantes deben hacer infinitas colas para poder cobrar en esa entidad, que tiene una pésima infraestructura de servicios y atención.
Supervielle, además, montó un “fantástico” negocio alrededor de los jubilados con préstamos o créditos usurarios y hasta servicios que les descuentan como un supuesto seguro de salud por cobrar en las sucursales de ellos. Una mentira aberrante porque hoy con un abuelo agonizando ni sillas de ruedas tenían para asistirlo.
La Provincia tiene una cuota de responsabilidad. Supervielle es agente financiero del gobierno puntano desde 1996 y viene renovando el contrato en cada vencimiento.
Las quejas de empleados públicos contra este banco son, sin exagerar, infinitas. El abuso de Supervielle en San Luis, es casi impune. Tienen las tasas de interés más altas del mercado, la cotización de divisas más cara de todo el sistema financiero y una plataforma de atención deficitaria como sus vetustos cajeros automáticos, que además de mugrientos no funcionan en gran parte de las jornadas.
El 19 de enero de 2017 el gobierno provincial anunciaba que rescindía el contrato con el Supervielle. Tres años después, acá estamos, con el Supervielle cada vez más monopólico de la vida financiera de los puntanos.
Obvio, que ni la Provincia ni el banco tienen la culpa de este muerto. Pero es un buen momento para levantar el índice y señalarlos, al menos recordarles o recordarle a Patricio Supervielle que en San Luis estamos cansamos que nos trate de manera despectiva.
Yamila Fernández