Ecuador: Recrudece el levamiento social y el Gobierno de Lenín Moreno responde con represión policial

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El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, jugó al contragolpe en el día que quisieron darle un jaque. Ayer fue una jornada de protestas y disturbios en Ecuador, la séptima desde el estallido de la crisis. Moreno primero desafió al correísmo al volver a Quito cuando aún se mantenía el asedio al Palacio de Carondelet, para luego tender la mano a los indígenas con una batería de medidas.

La maniobra del presidente confirma que Ecuador se juega su futuro en distintos tableros a la vez, en medio del estado de excepción, con toque de queda nocturno y con miles y miles de indígenas en las calles y en las rutas dispuestos a que el gobierno dé marcha atrás en sus medidas económicas.

La huelga general planteada ayer por los dirigentes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) se siguió de forma dispar, lo que no empaña su demostración de fuerza al desparramarse por la capital una vez más. Lo hicieron amparados en sus rituales ancestrales, con la misma determinación demostrada desde hace siglos y empeñados en airear su fuerza de forma pacífica, o de «no violencia activa», como la bautizaron sus dirigentes.

Esto es lo que se ve a simple vista en las calles de Quito, semivacías ayer, con buena parte de los comercios cerrados y un transporte irregular. Pero entre bastidores también destaca la ofensiva del expresidente Rafael Correa, antecesor de Moreno, para recuperar el poder, con apoyo de sus aliados revolucionarios y contra reloj, presionado por los procesos judiciales que se siguen en su contra.

Todo ello en un país golpeado económicamente y con un gobierno hasta ahora débil, incapaz de revertir la deriva económica de sus predecesores. «Somos pobres siempre», como dijo Luis Oswaldo Cuzo, comunero del Cotopaxi. Sin amargura ni odio, como si ese fuera su destino.

Miles de indígenas caminaron en paz por calles paralelas, gritando sus reivindicaciones en torno a Carondelet, sin sumarse a los violentos, pero dejando muy clara su fortaleza. Un país y dos pulseadas. La primera, entre la Conaie y el gobierno, recuerda viejas batallas entre el poder central y unos indígenas dotados de una resistencia que les llega de la propia naturaleza. Su fortaleza derribó gobiernos y acabó con muchas carreras políticas, lo que no parece asustar al presidente, que de forma sorpresiva regresó a la capital al inicio de la tarde.

Los aborígenes volvieron a concentrarse en el Parque del Arbolito, de donde fueron desalojados por la fuerza en la noche del martes en aplicación del toque de queda. Lo hicieron desde distintos puntos de la sierra, una marcha lenta e incontenible decidida a que Moreno derogue su polémico decreto.

Jaime Vargas, presidente de la Conaie, desmintió que existan avances negociadores con las Naciones Unidas, en lo que parece una primera respuesta al gobierno. «Solo les hemos pedido que sean garantes de los derechos humanos», precisó Vargas, que exigió que las Fuerzas Armadas sean «desalojadas» de todo el país. «Si tenemos que morir, derramaremos nuestra sangre», sentenció.

Mientras tanto, la Iglesia también busca acercar posturas. Monseñor Eugenio Arellano, presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE), reconoció las «penurias económicas» y la «ruina» del gobierno, que «si no ha quebrado es gracias a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI)», estigmatizado en cambio por indígenas, correístas y otros movimientos sociales.

Fuente La Nación y AP

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